_05 UN BOMBERO QUE PROPAGA EL INCENDIO

En principio el modelo de cambios flotantes no tendría que ser tan catastrófico para los países pobres y emergentes. Cuando un país se encuentra en dificultades y empiezan a irse los primeros inversores, se supone que la moneda de este país empezará a devaluarse. Eso tendría que hacer que los negocios en este país vuelvan a ser atractivos: con una moneda devaluada las inversiones resultan más baratas. De este modo, la devaluación se parará y se recuperará el crecimiento económico. Así, el sistema monetario y el sistema financiero se habrán estabilizado de manera automática.

Sin embargo, el papel del FMI en la crisis asiática de 1997 impidió que este mecanimso automático de estabilización funcionase adecuadamente. Cuando estalló la crisis, el FMI intervino con unos planes de rescate que estaban más pensados para asegurar que los inversores extranjeros que huían perdiesen lo mínimo, que no para impedir la recesión en los países afectados. Les obligó a mantener los tipos de cambio artificialmente altos: sólo así se garantiza que los capitales cuando se van de un país no pierdan valor. Pero, evitando una devaluación moderada, el FMI impidió el retorno de las inversiones y del crecimiento.

La crisis, al final, fue mucho más intensa de lo que hubiera sido sin la intervención del FMI. Es inaceptable que, cuando estalla una crisis financiera, los rescates del FMI estén más dirigidos a salvar a los inversores extranjeros -los bancos de los países ricos- que no a las empresas y los trabajadores del país emergente en crisis.